18 de octubre de 2008

Morirse de nada

Basado en hechos reales.

El frío en realidad aun no nacía del todo, permanecía flotante en su placenta polar de inseguridad y miedo absurdo a la muerte limpia y fresca sobre las extensas costas del pacifico mexicano.

Tan anormal el clima es ahora, que todo es posible en diciembre, el 7 llovió de improviso llenando las calles del centro de Zihuatanejo de ese polvo fastidioso que entra en todos los rincones, tal cual el salitre, que tiende a comerse de a poco el metal de los electrodomésticos, así ese polvo terrenal se perdía desde su origen en lo alto de los cerros al inevitable mar, pero la gran mayor parte quedaba estancada en los charcos, en los baches, entonces el sol terminaba su trabajo para dejarle al viento lo demás.

El viento, que aun no pretendía vestirse de un tono mas invernal por el momento, llegaba a todos lados y a todas horas, era simplemente imposible detener su marcha en cada vericueto del puerto, nada estaba a salvo de ese polvo absurdo que existe por la necedad (o tal vez necesidad) de la clase pobre (y de algunos astutos no tan pobres) que habitan cada vez mas alto sobre el nivel del mar, arrancando a los árboles, dejando al descubierto la piel que durante milenios protegió a este secreto de mar ya perdido en la codicia de los gobernantes que para ganar votos en las elecciones se hacen de la vista gorda permitiendo que las zonas de reserva ecológica sean habitadas por estos paracaidistas a quienes poco les importa vivir así del precipicio.

No del todo el silencio se tiende a gusto ya, en este bullicio de remiendo de urbanidad, sin embargo el ser humano es capaz de dejar de escucharse a si mismo y volverse autista ante el el resto del mundo que le rodea; perder la sensibilidad ante la vida que fluye en cada materia existente; habito y rutina: el humano despierta, abre los brazos, se levanta y continua su día de siempre, su plan perfecto, sin cuestionamientos, sin contratiempos, sin razón pero siempre contando el mismo cuento.

El humano de Zihuatanejo respira ese polvo que surge de los cerros deslavados por las lluvias impredecibles de diciembre, puede llegar incluso al torrente sanguíneo, al cerebro, a los pulmones, y estar en cada poro del cuerpo; entonces el humano incluye nuevas rutinas: la tos de las mañanas, la flema molesta de la tarde calurosa, la temperatura extraña a media noche, la falta de aire en cada exaltación; pero termina siempre bajo el mismo argumento del habito correcto y la automedicación que tan bien acostumbramos por estos mares.

Finalmente hace frío, ya todo el mundo puede presumir suéteres, abrigos, bufandas, chamarras, toda la ropa de frío que por poco se queda en el fondo del ropero y el humano contaminado por el polvo de las lluvias que no tienen tiempo comienza a debilitarse, a perder el respiro, a desesperarse por el frío.

Y súbitamente sucede: los pulmones colapsan y se rompe un ciclo perfecto de vida.

Iluso de mi porque pensaba que a veces se puede morir de amor en una tarde agosto inocuo e imperecedero; pero nunca se me ocurrió imaginar que es posible morirse de nada, en pleno siglo XXI, a primera hora del día, con media vida hecha y por causas tan estúpidas.

Pensar que aun hoy es posible morirse de nada, de absolutamente nada.


Enero 2008

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