17 de agosto de 2011

y el silencio

Veo lluvia en tus ojos
palabras a medias
recuerdos de sueños
ríos de sal
la soledad
y el silencio.

El temblor del movimiento
abre las grietas del tiempo
sacude el polvo
libera grises deseos incompletos.

En la blancura del invierno
donde se mecen tus pasos erráticos
te abrazo simplemente
te hablo
te escucho
te guardo en mi mente.

En el peso de las consecuencias
el recuerdo teje su nido
ecos lejanos huyen del frío
la oscuridad se estanca
sobre la mesa de siempre
sobre tu espalda
en tus manos
en tus ojos que divagan el presente.

Veo lluvia en tus ojos
palabras a medias
luz de estrellas
recuerdos de sueños
ríos de sal
el olvido
la soledad
y el silencio.



11 de agosto de 2011

La pecera

Inspirado por "La pecera" de Jesús Gardea

La trajeron el sábado. Tanto tiempo había deseado poderte cumplir tu sueño. Aquí estaba finalmente. La pecera y las sirenas que tanto me hacían recordarte. El se acerco a mi, escuchaba las indicaciones que los hombres hacían, yo solo te recordaba, te imaginaba feliz por haberte cumplido finalmente tu sueño.

Le pregunte a Miguel si le gustaba, deseando finalmente oír tu voz, su voz de niño que tanto se parece a la tuya y que tanto dolor me causa. Pero en ese momento al mirarlo no pude evitar sonreírle pensando que eras tu quien me respondía desde la muerte.

Le deje en claro que no tendríamos peces, no quería manchar tu recuerdo con el agua que tanta culpa me hace sentir. El pequeño esperaba llenarla de peces y verlos flotar en su ignorancia sutil y eterna. Entonces su cara de decepción me recordó a la tuya y el dolor que me quemaba el alma termino por extinguirme el único lazo que con el me unía. Es tan parecido a ti, pero no eres tu. El debió haber muerto, no debiste haber dado tu vida por este ser tan simple, tan vacío, tan lejano a la luz que desprendías.

Esa noche lo miraba mientras dormitaba en la mesa. Lo odiaba tanto, entonces te llamo desde la lejanía y el alma se me encogió. Lo desperté y lo lleve a su cuarto, arrepintiéndome de odiarlo tanto. Al domingo siguiente después de estar seis meses lejos del mundo que conocía, tratando de olvidarte para siempre, tratando de esquivar las miradas y la culpa, ese día el pequeño aun era un lastre para mi. Lo miraba de reojo observando el mundo ahí afuera, pensé entonces en hacerlo feliz un momento por lo menos. Su cara de felicidad cuando recibió los tres chocolates no tiene precio. Entonces entendí porque habías dado la vida por el.

No podía estar mas ahí y regresamos a casa. Había tomado una decisión pero tenia que planearla, tenia que cubrir todos los detalles. Me senté frente a la pecera que tanto habías querido en ese viaje que hicimos hacia años a la ciudad. Me olvide de todo, me olvide el y del mundo. Tenia que dejarte ir... o acompañarte.

Cuando la noche llego, había finalmente tomado la decisión correcta. Subí a la habitación a ver al pequeño. Entonces un deseo incontrolable de matarlo me nació en el pecho, me acerque lentamente a el, cuando estaba por tomar su cuello, te llamo de nuevo y con espanto me di cuenta de que eso no era lo que querías para el.

Huí, huí de el, huí de mi, huí de ti, de tu fantasma, de tus risas, de la luz que irradias como un sol aun en mis recuerdos.

Es imposible olvidarte. Es imposible vivir con el a mi lado.

Es ahora o nunca Isabel.

Es hoy y para siempre.



10 de agosto de 2011

Las manos frías del olvido

Inspirado en Juan Rulfo

Juan. No apagues la luz.

En la penumbra de la habitación el silencio carcomía los muros del orfanato. La humedad se impregnaba a los huesos, el olor a olvido de la cal se cuajaba en mis ojos mientras escuchaba la voz de mi madre.

Abre las ventanas Juan. Que entre el sol.

En la quietud del sopor vespertino, mis dedos enfermos se mecían sedientos de una explicación lógica. Un frío lejano comenzó a llenar el aire. El abrazo ligero de la muerte comenzaba a vomitar en mis adentros.

Juan, óyeme Juan. Tienes que vengar la muerte de tu padre.

El eco incorpóreo de la voz de mi madre retumbaba en mis tímpanos. La sensación de asfixia apretaba mi pecho. Mientras mi corazón temblaba de miedo al no saber si todo esto era un sueño o si en la distancia mi madre podía sobrevivir al silencio..

Juan. No te veo. Acércate ¿dónde estas hijo mío?

En automático mi voz destartalada surgió en la vacuidad del silencio. Rompiendo el tiempo para siempre, dejándome a merced de lo imaginario, de las cosas intangibles, del universo extraño, del miedo a no ser cierto.

Aquí estoy madre. Esta lloviendo, por eso no hay luz.

Se podía sentir en el aire la estaticidad del recuerdo, la soledad de los brazos quietos, los sueños frágiles convertidos en cristales que se estrellan en mi cerebro. Esperaba ansioso despertar entonces, deseaba con toda mi alma que fuera un mal sueño..

Juan. No regreses a Luvina. Prométemelo.

Mi mente comenzó a divagar siendo arrastrada a puntos muertos por el recuerdo. A cielos pardos cubiertos de ceniza. A recordar cuentos de niños para no dormir. Entonces recordé haber dormido en una iglesia mientras el viento no dejaba de llorar.

Cuida de tus hermanos Juan. Eres el mas noble de mis hijos. Solo tu puedes hacerte cargo.

El llanto hasta entonces escondido muy dentro de mi cuerpo comenzó a manar quietamente sobre mi rostro inundándome los olvidos, arrastrando consigo a todos los recuerdos de un tiempo perdido, navegando sobre el valle muerto de mi aliento.

Hijo. Recuerda vengar la muerte de tu padre. No lo dejes en el olvido.

La habitación comenzó a girar en un vértice estelar donde no había pasado, ni futuro, donde el presente era mas una imagen pastosa de las palabras que transitaban sin demora sobre mi cráneo encerrado en un universo imperfecto.

Juan. ¿Dónde estas? Acércate hijo. Háblame.

Mi boca reseca comenzó a masticar una respuesta al inicio ininteligible, mis manos se extendieron en la nada buscando el halo caliente de una voz que parecía venir desde mas allá de un sueño.

Juan, mi niño. No me abandones. No me dejes en el olvido.

Difícilmente la realidad podrá entender el poder de amor sobre muerte. La conversación ultima del hijo ausente con su madre. La realidad no puede comprender el porque hay cosas que escapan de su sino, no sabe diferenciar entre el olvido y el no me acuerdo.

Aquí estoy mamá. Pero no te veo.

Desperté con el frío atenazando mis deseos. Con la sensación de quedarme solo, perdido para siempre en este universo de fantasmas y silencios. De estar mas cubierto por esa soledad abigarrada que se confunde con el aura pero que arde y se enciende por si misma con el aliento vivo del recuerdo.

Mamá. No te veo.

Entonces caí en un sueño extraño, un sueño profundo que me arrastro hacia ningún lado mientras pensaba en todos los muertos, en el viento caliente del valle grande, en las manos frías del olvido y la venganza que poco a poco me iban consumiendo.




9 de agosto de 2011

La Ciudad

La ciudad despertaba de su letargo diurno, poco a poco abría sus ojos luminosos, eléctricos, capaces de alejar el brillo de las estrellas y encender las calles para que los transeúntes pudieran caminar sin tropiezos.

El trafico se hacia cada vez mas denso, a lo lejos sobre el valle una columna acuosa se acercaba lentamente, mientras la ciudad luchaba contra la oscuridad.

La llovizna comenzó a caer por el extremo este, brincaban las gotitas de azul multicolor por los techos, los parabrisas y las avenidas, formaban de a poco un río de agua turbia que lavaba la cara de la ciudad que esperaba no inundarse una vez mas.

La ciudad a fuerza de estarse mojando decidió sacudirse el polvo, se froto los ojos y se acurruco sobre el valle, sintiendo el suelo un poco mas blando que la ultima vez. Llovía mas fuerte cada vez, nada parecía detener el intenso llanto de las nubes, el cielo se había cubierto y la ciudad intentaba mantener su fluir eléctrico a pesar de correr el riesgo de perderse un poco a si misma, sin embargo esa era su vida.

Los humanos poco a poco se refugiaron en sus casas y el sueño comenzó a invadirlos, un sueño que parecía haber despertado después de tantos meses de desasosiego y elucubraciones absurdas sobre el convivir diario y el sobrevivir a duras penas. Un letargo mágico comenzó a manar del vientre de la ciudad en forma de un vapor sutil que entraba por la nariz e invadía los pulmones con su narcótico silencio, dejando al mas despierto rendido a sus pies.

Esa fue la noche, la noche en la cual la ciudad murió sin siquiera haberse dado cuenta, llevándose consigo a todos sus humanos habitantes.