23 de junio de 2010

Como el mar entre las alas de una libélula


Si en el silencio glacial de las cosas que no se alcanzan a decir pudieran amarrase los deseos de sueños imposibles, tal vez alcanzarían para darle vuelta al universo entero dos veces.

En la lluvia oceánica que los monzones acostumbrar traer cada verano, siempre suele haber un olor a verde, un sabor a olvido, una sensación de hubiera, se puede escuchar el canto del salitre.

En este amanecer donde la refracción de la luz nos pinta el rostro en tonos hepáticos, el vértigo parece alejarse de las madrugadas donde la nausea es imposible de evitar. Todo es calma, una paz eterna donde solo el presagio de tormenta es lo único certero y nada mas, ni un tal vez, ni un quizás, ni mañana, ni tampoco el ayer.

Como el mar entre las alas de una libélula mi alma se extiende sobre el universo generando una onda expansiva que se repite en un eco terriblemente infinito e imperecedero y termina rindiéndose ante el grito del trueno que anuncia la irremediable llegada del temporal.

Se cae el silencio, se cae el mar, se cae el cielo, se cae el viento, se cae el día perdiéndose para siempre en este vaho verde que inunda todas las cosas, que entra por los ojos pintándolos de alga y arrecife, cubriéndome de sal la lengua, palpitándome sobre mi corazón seco de tanto esperar, llenándome para siempre de este preciso momento y me entrego sin pensarlo en la vorágine infinita de un mundo que se renueva en cada amanecer.

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