El viento sabe a sal.
Aun en medio de la tarde que se desprende luminosa, cada rayo de luz simboliza un tiempo que esta por venir.
Ha dejado de llover hace un par de horas, de pronto las calles crujen al sol, desde la Sierra Madre el viento frío comienza a llegar en intervalos. Es como un recordatorio de que el clima así como la vida es un constante subir y bajar de grados centígrados.
Los mosquitos aun no aparecen, por lo que abre las ventanas para que dejar salir el humor de tantos días de tormenta, un olor familiar inundó la habitación, a unas casas un horno de leña se encontraba preparando empanadas de coco y camote, trenzas con azúcar y bollos de funeral. El olor era tan parecido al recuerdo de siempre, pero con un sabor diferente, con un tono más brillante y hermoso.
Sin darse cuenta comenzó a oscurecer, luciérnagas azules iluminaron el jardín, así lo había decidido después de veinte años rodeado de cosas que no existen, sentado en la incertidumbre de la espera eterna de la confirmación o el rechazo mas nunca sonó el teléfono ahí. Lo había decidido.
Cerro las ventanas con cuidado de no espantar a las luciérnagas, desconecto el teléfono y lo colocó en el cesto, se miro al espejo y se sonrió. Finalmente podría dormir en paz, se dirigió a la puerta, la cerro con llave, camino entre el camino de piedras aun húmedas, salió a la calle con la guía del olor a pan recién hecho.
Miro a cielo, recordó cuanto tardaban en llegar la luz de las estrellas a sus ojos y quiso llorar, tal vez había llegado demasiado tarde, pero una cosa era cierta, ahora ya nada era imposible. Y sonrió para si, saboreando en ello el sabor a sal que traía el viento.
Aun en medio de la tarde que se desprende luminosa, cada rayo de luz simboliza un tiempo que esta por venir.
Ha dejado de llover hace un par de horas, de pronto las calles crujen al sol, desde la Sierra Madre el viento frío comienza a llegar en intervalos. Es como un recordatorio de que el clima así como la vida es un constante subir y bajar de grados centígrados.
Los mosquitos aun no aparecen, por lo que abre las ventanas para que dejar salir el humor de tantos días de tormenta, un olor familiar inundó la habitación, a unas casas un horno de leña se encontraba preparando empanadas de coco y camote, trenzas con azúcar y bollos de funeral. El olor era tan parecido al recuerdo de siempre, pero con un sabor diferente, con un tono más brillante y hermoso.
Sin darse cuenta comenzó a oscurecer, luciérnagas azules iluminaron el jardín, así lo había decidido después de veinte años rodeado de cosas que no existen, sentado en la incertidumbre de la espera eterna de la confirmación o el rechazo mas nunca sonó el teléfono ahí. Lo había decidido.
Cerro las ventanas con cuidado de no espantar a las luciérnagas, desconecto el teléfono y lo colocó en el cesto, se miro al espejo y se sonrió. Finalmente podría dormir en paz, se dirigió a la puerta, la cerro con llave, camino entre el camino de piedras aun húmedas, salió a la calle con la guía del olor a pan recién hecho.
Miro a cielo, recordó cuanto tardaban en llegar la luz de las estrellas a sus ojos y quiso llorar, tal vez había llegado demasiado tarde, pero una cosa era cierta, ahora ya nada era imposible. Y sonrió para si, saboreando en ello el sabor a sal que traía el viento.
Por qué querer, y no simplemente hacerlo; llorar. Hacerlo. Seguido. Es na gran manera de quitarte algo incómodo de encima.
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