18 de noviembre de 2010

Entre Londres y Allende


Despertó lenta, acompasada al ritmo del trotar del amanecer, se incorporó y puso sus pies en el frío suelo, entonces se dio cuenta de que estaba extrañamente mareada, la sensación glacial de la mañana le acaricio su cabeza, toco lentamente esa extraña figura en la que se había convertido su cuero cabelludo. Extraño sus trenzas, su cabello negro, sus días de verano a pleno sol en el campo, las risas, los silencios, los pasos pequeños, las cosas que tantas veces tuvo miedo de gritar y que se guardo para siempre en los recuerdos. Ahora hace mucho de todo eso.

El mareo distaba mucho de quitarse con el dramamine, la sensación de entumecimiento le recorría los dedos, pensaba entonces y volvía a pensar de nuevo, pero los dedos seguían tiesos, firmes, rígidos, duros y derramó una lagrima. Pasó la mano por su cabeza, la sintió fría, la sintió vacía y recordó todos los años que llevo el cabello corto por comodidad, se dio cuenta de cómo pasa el tiempo, de cómo los niños ya han dejado los corredores de la casa y que las plantas inevitablemente se mueren, como se mueren todas las cosas, como tal vez ella ya este muriendo.

Se levantó de la cama y paso de largo por el espejo enorme que cuelga en la habitación, el olor a mañana había ya inundado la calle, no sabía que día era, eso ya no importaba ahora, camino a la cocina repleta de tantas hierbas, de tantos remedios, de tantos milagros y esperanzas, a duras penas logró servirse un vaso de agua y la bebió lentamente. Miró la mesa vacía, la alacena cubierta de medicamentos, el calendario que ahora solo llevaba la cuenta de las quimioterapias y se dio cuenta de que la próxima sería en su cumpleaños.

Extendió su mano en la mesa de madera, coloco su cabeza a un lado e intento escuchar los latidos de las cosas que no se pueden comprender pero que terminan por cambiar para siempre nuestras vidas pero no lo encontró, tenia miedo, pero ya era una sensación cotidiana, así que simplemente se dejo llevar por las emociones que lograban hacerla olvidar estos días de silencios, de sonrisas a medias, de sueños incompletos, de hospitales, de moños rosas, de lagrimas contenidas, de miedos infantiles y de soles indiferentes.

Poco a poco comprendió que el camino nunca ha sido como se esperaba, que despertar requiere no solo de instinto sino también de un poco de fuerza y otro tanto de ganas pero sobre todo de cosas que aun no has terminado de hacer. Así es la vida, no es perfecta pero es imposible no vivirla con todos los colores con que nos viste, es imposible no disfrutarla con todos los cielos con que nos cubre.

Dejó la cocina y abrió de par en par las puertas y las ventanas de la casa, lleno de luz ese extraño terruño azul donde había sembrado tantos sueños durante tantos años, donde el eco repetía tantas veces “mamá” y dibujaba flashbacks en cada recoveco pero donde sin duda todos los días había algo mas por hacer, algo mas por terminar. Se cubrió la cabeza con el sombrero que tanto le gustaba y comenzó a cantar, llenando los silencios, llenando los vacíos que esta enfermedad se había encargado de mostrar.

15 de noviembre de 2010

Todos lejos


Despierto, en el eco eterno del mar que se mece al viento. La luz entra por todas partes de este universo de telas plásticas que me cubren de la humedad pero no de la sal, envuelto en cobijas cálidas que me recuerdan el abrazo de mi madre antes de ir al colegio. No quiero despertar, no de nuevo para volver a darme cuenta de que estaba soñando. Me doy cuenta de que el sonido intermitente del mar no es un sueño, de que la sensación de la arena húmeda bajo mi cuerpo se torna suave y maleable, tal vez después de todo hoy no llueva como ayer.

Salgo al mar, al viento, al cielo, al suelo de arena, de rocas, de sal y bajo el resplandor solar me doy cuenta de que aun es posible que siga lloviendo, mientras tanto es imposible detener el habito del desayuno y la necesidad de defecar.

No quiero hacer nada, tal vez solo orinar, expulso lentamente el liquido amarillento que fluye sin cesar mojando un poco mis pies desnudos, sintiendo el calor que de mi cuerpo nace. Tardo en darme cuenta de que tengo frío, de recordar que lejos están todos, de que he decidido exiliarme para recuperar mi paz mental. Me sacudo un par de veces y me guardo en la calidez de mi ropa interior mi eyector de orín. No se que debo hacer ahora, sin horarios, sin televisión, sin estación de radio, sin teléfono móvil ni mucho menos la voz cansina de la calle que siempre repite lo mismo.

Pero de todas las cosas que el mundo pude ofrecerme nada se compara con el sabor que la sal de mar deja en tus labios, no se compara con la tranquilidad de estar y de ser sin ninguna etiqueta necesaria, de adjetivos que te suelen colgar en una gran ciudad. La soledad no es el frío que dejan el vacío, la soledad es saber estar con uno mismo y entender que hay cosas que no se pueden manejar, porque solo en la soledad es posible aceptar que hay cosas que no podemos cambiar.

Tal vez en el extremo lento de las palabras, no puedo definir las cosas que tal vez no quiero dejar de decir, pero es imposible detenerse a recordar todas esas cosas que emergen de la imaginación y que se pierden invariablemente. A veces no es fácil lidiar con los sueños imposibles, no es sencillo luchar con la imposibilidad de que se es a veces lo que los demás no suelen esperar, duele no alcanzar lo que uno mas suele desear pero sobre no es fácil aceptar que se puede vivir eternamente esperando algo que tal vez no existe, esperando algo que nunca va a llegar.

Y heme aquí otra vez, luchando contra el mundo, contra mi mismo, contra el pasado, contra las expectativas y contra todo aquello que definitivamente sé que me volverá a enredar y me hará caer. Pero de algo estoy seguro, sé que nunca dejare de ser, de hacer, de estar, porque creo firmemente en que el futuro llegará y debo estar preparado para lo que el universo del cielo haga llegar.