Es medianoche, justo cuando el último transeúnte recorre la calle. Solo hay una sombra breve que se agita ligera en la penumbra de la pared. El silencio nocturno aquí no es lo que uno se imagina: los ladridos lejanos, el televisor insomne, el aleteo de los insectos, la música de los grillos, el viento inquieto, en ronquido incierto.
De a poco los pasos del transeúnte van tornándose difusos y dispersos, el alcohol ha hecho efecto, se tiende en una esquina e intenta levantarse, mientras la sombra de la pared acecha.
La lampara de la calle tintinea y se duerme, dejando a la noche extenderse a sus anchas. Súbitamente en lo alto del poste despierta produciendo una sensación de relámpago sin trueno pero vuelve a caer rendida en los brazos de Morfeo. Las estrellas no alcanzan a iluminar la calle, es cuando la sombra por completo desaparece, no existe simplemente.
El transeúnte se agita y despierta, sobresaltado por la oscuridad, maldice a todo aquello que atraviese su mente. Se recarga en la pared intentando detener el vértigo oscuro que lo envuelve pero es demasiado tarde, el vomito amargo hace charco justo a su lado.
La lampara se enciende, sorprendida por el súbito lapsus que ha sufrido, observa como la sombra emerge y permanece oculta de espaldas al transeúnte. Se mantiene quieta esperando el ronquido que le indique una inconsciencia total. La luz la alimenta. Se desprende y escapa del cuerpo que le da forma y se decide a cumplir su cometido.
En la esquina de la calle se escuchan unos gritos ahogados, la lampara temerosa cierra sus ojos para no ser testigo de otro crimen dejando a la noche extenderse nuevamente.
Al amanecer el transeúnte despierta bañado en su propio vomito, con las marcas de la asfixia en su cuello. Se levanta y camina incierto sobre la calle por el sol iluminada, mientras lo sigue a sus pies su peor enemigo.
Que bien cantado me ha fascinado tu blog y este post en particular me parece excelente
ResponderEliminarsaludos desde argentina