21 de mayo de 2010

Kinich

Y dicen que un día bajó de la pirámide la Diosa madre, vestida de carne y hueso, acompañada del guerrero jaguar, descendió flotando sobre los escalones, cuando sus pies desnudos tocaron el suelo un temblor sacudió las casas de barro y paja aledañas a las pirámides. El joven Kinich sintió bajo su petate el tremor y en su cuerpo logro experimentar la llegada del Akyaabil, el viento que anuncia la llegada de la tormenta.

Se levantó con la sensación de que algo mas grande había llegado a la tierra, pero nadie mas en el pueblo se había dado cuenta, la luz aun no del todo iluminaba la selva. Un deseo irrefrenable lo llamaba a la gran pirámide. Tomó la pequeña lanza hecha de madera roja y se encaminó a beber agua al arroyo, sus ojos de obsidiana se percataron de cómo el liquido se teñía multicolor, de cómo las imágenes de tiempos pasados y futuros se mezclaban y desaparecían.

Una voz resonó debajo y encima de la selva, un canto mas allá del universo que el conocía lo atravesó en todas direcciones. Corrió directo a la fuente luminosa de donde provenía el sonido.

En medio de la que alguna vez fue la gran plaza, la Diosa convertida en agua y barro, oraba por la salvación de sus hijos que se habían perdido en los eones del tiempo. Sus ojos de quetzal de pronto se encontraron de frente con unos ojos como la noche donde brillaba la aurora, donde podía ver nacer el sol.

Dicen que entonces sucedieron tantas cosas, pero una cosa es segura, nadie que se atreva a ver a un Dios a los ojos sobrevive. Kinich conoció el inicio y el fin de su raza, comprendió que hay mas allá de las estrellas, pero sobre todo descubrió la razón por la que había nacido era para ese preciso momento en donde conocería el amor mas puro y mas grande.

El guerrero jaguar salto sobre Kinich y le devoro el corazón. La Diosa terminó su canto, pero había visto en esos ojos de noche, las cosas que tantas veces se había cuestionado. Ahora entendía la fragilidad de los humanos, son capaces de ver las cosas en una sola dirección, pueden dejarse arrastrar por las cosas que están mas allá de sus manos y aun así son capaces de morir sabiendo que ha valido la pena arriesgarse por un segundo de felicidad eterna.

La gente del pueblo despertó por el sonido de la voz que provenía de las pirámides, los que llegaron primero fueron testigos de la unión de un ser de agua y barro con la esencia primera y muchos vieron tantas cosas mas que nunca alcanzaron a comprender. Y se perdieron para siempre en desvaríos pero seguros de saber la suerte de Kinich.

El jaguar se encaminó al cenote, la Diosa siguió sus pasos, se detuvo un momento a contemplar como la luz inundaba la selva y pensó irremediablemente en Kinich. Se lanzó al agua segura de que sus hijos de barro y agua podían sobrevivir a si mismos pero sobre todo que el amor era algo hermoso pero dificil de explicar.


8 de mayo de 2010

Noticias del ayer


Presionó el botón, dando inicio a un viaje con destino hacia delante, hacia el infinito, hacia ninguna parte.

En la estela de la ignición, el vacío parecía lo único que en realidad importaba. Recuerdos del pasado cabalgaban en la arena estelar de sus ojos, pero ni todo el mundo, ni todo el tiempo cabían en una sola mirada.

Vigiló la ruta del viaje, trazó el camino hacia el futuro, alejándose de planetas, meteoros y demás objetos que pudieran colapsar con la nave espacial. Activó el sistema de defensa automático, en caso de cualquier inconveniente.

Después de tantas teorías e intentos por adelantarse al tiempo, finalmente alguien había decidido viajar hacia el futuro, sabía que no habría modo de comprobar que funcionara dicho viaje, porque según los cálculos tardaría hasta 100 años en regresar al punto de partida. Mas sin embargo hacía tantos años que había olvidado el sabor a sal que deja el mar en los labios, que llegar mas allá que todos era una tentación difícil de evitar.

A través del brillo estelar podía sentir el tremor de la velocidad de la luz, su piel se agrietaba, mientras lo lejano dejaba de serlo. Miro nuevamente el tablero, recordó todo el tiempo, recordó a todo el mundo, pero había decido romper las barreras de lo parecía imposible.

En medio del resplandor que surgía de todas las cosas, abrazó su fe en la cruz que su madre le había colgado en el pecho cuando era niño, pensó en ella, en su pueblo a la orilla del mar, en la iglesia de pescadores pobres, en las risas, en la brisa, en sus pies descalzos andando por las calles. Ahora él era el dueño del mañana. Tenia el poder de ir al futuro y volver. Él sería el único que al regresar traería noticias del ayer.

Comenzó a llorar y en la resonancia de la velocidad luz todo se transformo en silencio, todo de pronto se volvió nada. Ya no quedaba materia, ya no había distancia, pero sobre todo ya no existía el tiempo.

4 de mayo de 2010

Extraños Conocidos


Sus huesos sudaban los orgasmos ajenos. La noche aun estaba lejana de ser tarde, más solo le faltaba un cliente para cubrir su cuota laboral. Encendió la pequeña lámpara eléctrica que estaba sobre el buró a un lado de la cama. Abrió un caja, tomo su teléfono y miró la hora: las 00:40 horas, no podía demorarse más, su padre convaleciente la esperaba en casa.

Apago la luz, mentalmente recordó los pendientes de la casa: pagar la luz, remendar la camisa azul de papá, lavar los manteles, comprar los medicamentos, llevarle flores a mamá. Suspiró profundamente, odiaba vivir así, odiaba tener que ser una puta, pero no tenía otra opción, una mujer de pueblo que apenas sabe leer y escribir si quiere solventar la enfermedad de su padre tiene que sacrificar su dignidad.

Tocaron en su habitación, se abrió lentamente, el olor a alcohol del ultimo cliente le lleguó a los ojos y comenzó a llorar. Aun en la oscuridad pudo ver como el hombre se desvistió torpemente, ella abrió sus piernas con la convicción de que seria el ultimo pero sobre todo de que mañana sería un día mejor. El hombre tardo en llegar a ella, sus manos le tocaron el cuerpo, se detuvieron en sus pechos jóvenes aun turgentes, regreso a sus piernas y las abrió mas, se adentró en ella, comenzó a gemir despacito, mientras ella cerro su conciencia y se abandono, era tan solo un cuerpo muerto, dejo de ver, dejo de oír, dejo de sentir. El hombre rápidamente alcanzó el orgasmo, cayo sobre ella, rendido, recostándose en sus pechos y salió de ella.

El le dijo: ¿Qué no te gustó? ¿Por qué no dices nada putita? Hombres como yo ya no hay en esta ciudad.

Ella despertó del trance. La voz del hombre resonó en su cabeza, la hizo regresar de golpe en una lucidez que hubiera preferido no comprender, entonces una sensación de repugnancia la cubrió por completo y el vomito de tantas cosas desemboco en su boca.

El hombre enseguida abrió la puerta, reconoció ese sonido, reconoció el cuerpo, comenzó a temblar, un flashback recorrió su vista, la luz del pasillo alejó la oscuridad de la habitación y reconoció el llanto que provenía de la cama, ese llanto que tantos años se había encargado de consolar.