Esta noche es sincera, como el silencio de los muertos, como el inequívoco razonamiento de que el mar jamás se detiene. Esta noche es así: simple, sin pretender nada. Ligera y fluida, lenta pero segura en su andar sobre nuestros ojos.
No se puede evitar el tiempo, ni tampoco se puede detener el sufrir sus consecuencias, somos entes temporales y envejecemos lentamente. No recuerdo el momento exacto donde comprendí que envejecer no significa la muerte, simplemente es un estado más de la materia, la nuestra por supuesto, la humana.
A veces necesito detenerme a mirar el cielo y sus estrellas, reconocer sus constelaciones, darme cuenta de que también esos soles lejanos envejecen y cambian, que son como nosotros, diferentes pero hechos de la misma materia que se originó en el bing bang.
Cuando una estrella fugaz se cruza en mis observaciones me gusta pensar que aún es posible creer en deseos, pero no formulo ninguno, lo guardo para cuando se requiera, es que a veces en la vida los deseos los ocupan otras personas, entonces se los regalo sin que se den cuenta.
Me gusta en las noches escuchar el mar en la lejanía, sentir el ir y venir de las olas, en el rugir que se cuela entre las palmeras de la orilla que magnifican el eco que llega a mi cama. Me arrullo en el sonido y me duermo navegando en infinitas posibilidades que mi mente ofrece. Los sueños son hechos inevitables, con un exceso de posibilidades increíbles, pero esta noche los sueños se antojan absurdos, siendo realistas, son imposibles.
Esta noche es sincera, me habla serena y fría, me recuerda que la vida es un ciclo, y que todos los días se tiene la oportunidad de comenzar otra vez, de equivocarse, de caerse, de levantarse, de aprender , de sentir, de vivir, sobre todo eso: vivir.
El mar jamás se detiene tampoco la vida, tampoco el tiempo. No pretendo nada esta vez, simplemente observar la luna y calibrar mis pensamientos en esta noche liviana que poco a poco camina sobre mis ojos.
No se puede evitar el tiempo, ni tampoco se puede detener el sufrir sus consecuencias, somos entes temporales y envejecemos lentamente. No recuerdo el momento exacto donde comprendí que envejecer no significa la muerte, simplemente es un estado más de la materia, la nuestra por supuesto, la humana.
A veces necesito detenerme a mirar el cielo y sus estrellas, reconocer sus constelaciones, darme cuenta de que también esos soles lejanos envejecen y cambian, que son como nosotros, diferentes pero hechos de la misma materia que se originó en el bing bang.
Cuando una estrella fugaz se cruza en mis observaciones me gusta pensar que aún es posible creer en deseos, pero no formulo ninguno, lo guardo para cuando se requiera, es que a veces en la vida los deseos los ocupan otras personas, entonces se los regalo sin que se den cuenta.
Me gusta en las noches escuchar el mar en la lejanía, sentir el ir y venir de las olas, en el rugir que se cuela entre las palmeras de la orilla que magnifican el eco que llega a mi cama. Me arrullo en el sonido y me duermo navegando en infinitas posibilidades que mi mente ofrece. Los sueños son hechos inevitables, con un exceso de posibilidades increíbles, pero esta noche los sueños se antojan absurdos, siendo realistas, son imposibles.
Esta noche es sincera, me habla serena y fría, me recuerda que la vida es un ciclo, y que todos los días se tiene la oportunidad de comenzar otra vez, de equivocarse, de caerse, de levantarse, de aprender , de sentir, de vivir, sobre todo eso: vivir.
El mar jamás se detiene tampoco la vida, tampoco el tiempo. No pretendo nada esta vez, simplemente observar la luna y calibrar mis pensamientos en esta noche liviana que poco a poco camina sobre mis ojos.