Llovía, el suelo deslizaba rápidamente cualquier sensación absurda. Baje del autobús, en la húmeda terminal justo cuando comenzaba el día. Adolescentes con uniformes bajaban y subían presurosos por el puente peatonal frente a donde decidí esperar mientras el agua comenzaba a escurrirse calles abajo, hacia el mar. Taxi tras otro se detuvieron frente a mi, pero pensé que aun no era hora para llegar a casa. Cuando me canse de estar de pie y seguro de que ya no podría mojarme simplemente me encamine hacia el centro de la ciudad, a un par de cuadras detuve finalmente un taxi.
- Al cereso por favor - Dije con una voz que me pareció no era la mía.
- ¿Directo o por la prepa? - Pregunto un ojeroso taxista.
- Da igual, es la misma mierda - Respondí de nuevo con esa voz extraña.
El auto comenzó su travesía en el transitar absurdo de las mama voyager y los niños frenéticamente somnolientos en el asiento trasero. Los semáforos no ayudaban en la sensación angustiosa del ir a vuelta de rueda. El taxista en cuanto pudo tomo la lateral, donde fluía con mayor rapidez la vorágine de automotores. Seria en vano, uno de los carriles estaba prácticamente ocupado por una procesión funeraria. Tardamos doce minutos en estar a la altura del féretro que estaba envuelto por la carroza blanca de la única funeraria de la ciudad.
- ¿Ha olido un muerto? - Me preguntó el taxista sin poner atención a la procesión.
- No - Respondí sincero, mientras observaba el luto que se extendía sobre una cuadra completa.
- Es como oler flores que han estado en el agua muchos días - Dijo secamente.
- Eso si lo he olido, pero no creo que un cuerpo humano huela así - Le asevere buscando su cara en el espejo retrovisor.
- Nunca lo haga joven. Ya he olido el cuerpo de un muerto. Desde entonces cuando ese olor de flores podridas en agua me llega, recuerdo claramente a todos los muertos - Comento mirando fijamente al frente.
El teléfono comenzó a timbrar, observe quien llamaba y decidí no contestar pero fingí que lo hacia para dejar de hablar con el taxista. El auto comenzó a acelerar su velocidad avanzamos a toda prisa varias cuadras cuando de pronto el taxi cayó en un bache obligándolo a girar sobre la calle hasta finalmente detenerse con un árbol. La sorpresa de todo aquello me dejo perplejo, vi como el taxista tenia rastros de sangre en su rostro que miraba hacia mi con unos ojos vacíos por completo. Inmediatamente busque el modo de salir de ahí, la puerta estaba trabada, empujaba con fuerza escapar de esos ojos que sin duda no volverían a ver.
Cuando por fin pude salir, alguien estaba de pie observando lo que había en la cajuela del taxi. Extrañado camine para ver que podía ser. Un olor a flores podridas me llego entonces.
Desde ese día cuando me llega el olor de las flores muertas en agua recuerdo vividamente el día en que perdi mi libertad.