10 de agosto de 2011

Las manos frías del olvido

Inspirado en Juan Rulfo

Juan. No apagues la luz.

En la penumbra de la habitación el silencio carcomía los muros del orfanato. La humedad se impregnaba a los huesos, el olor a olvido de la cal se cuajaba en mis ojos mientras escuchaba la voz de mi madre.

Abre las ventanas Juan. Que entre el sol.

En la quietud del sopor vespertino, mis dedos enfermos se mecían sedientos de una explicación lógica. Un frío lejano comenzó a llenar el aire. El abrazo ligero de la muerte comenzaba a vomitar en mis adentros.

Juan, óyeme Juan. Tienes que vengar la muerte de tu padre.

El eco incorpóreo de la voz de mi madre retumbaba en mis tímpanos. La sensación de asfixia apretaba mi pecho. Mientras mi corazón temblaba de miedo al no saber si todo esto era un sueño o si en la distancia mi madre podía sobrevivir al silencio..

Juan. No te veo. Acércate ¿dónde estas hijo mío?

En automático mi voz destartalada surgió en la vacuidad del silencio. Rompiendo el tiempo para siempre, dejándome a merced de lo imaginario, de las cosas intangibles, del universo extraño, del miedo a no ser cierto.

Aquí estoy madre. Esta lloviendo, por eso no hay luz.

Se podía sentir en el aire la estaticidad del recuerdo, la soledad de los brazos quietos, los sueños frágiles convertidos en cristales que se estrellan en mi cerebro. Esperaba ansioso despertar entonces, deseaba con toda mi alma que fuera un mal sueño..

Juan. No regreses a Luvina. Prométemelo.

Mi mente comenzó a divagar siendo arrastrada a puntos muertos por el recuerdo. A cielos pardos cubiertos de ceniza. A recordar cuentos de niños para no dormir. Entonces recordé haber dormido en una iglesia mientras el viento no dejaba de llorar.

Cuida de tus hermanos Juan. Eres el mas noble de mis hijos. Solo tu puedes hacerte cargo.

El llanto hasta entonces escondido muy dentro de mi cuerpo comenzó a manar quietamente sobre mi rostro inundándome los olvidos, arrastrando consigo a todos los recuerdos de un tiempo perdido, navegando sobre el valle muerto de mi aliento.

Hijo. Recuerda vengar la muerte de tu padre. No lo dejes en el olvido.

La habitación comenzó a girar en un vértice estelar donde no había pasado, ni futuro, donde el presente era mas una imagen pastosa de las palabras que transitaban sin demora sobre mi cráneo encerrado en un universo imperfecto.

Juan. ¿Dónde estas? Acércate hijo. Háblame.

Mi boca reseca comenzó a masticar una respuesta al inicio ininteligible, mis manos se extendieron en la nada buscando el halo caliente de una voz que parecía venir desde mas allá de un sueño.

Juan, mi niño. No me abandones. No me dejes en el olvido.

Difícilmente la realidad podrá entender el poder de amor sobre muerte. La conversación ultima del hijo ausente con su madre. La realidad no puede comprender el porque hay cosas que escapan de su sino, no sabe diferenciar entre el olvido y el no me acuerdo.

Aquí estoy mamá. Pero no te veo.

Desperté con el frío atenazando mis deseos. Con la sensación de quedarme solo, perdido para siempre en este universo de fantasmas y silencios. De estar mas cubierto por esa soledad abigarrada que se confunde con el aura pero que arde y se enciende por si misma con el aliento vivo del recuerdo.

Mamá. No te veo.

Entonces caí en un sueño extraño, un sueño profundo que me arrastro hacia ningún lado mientras pensaba en todos los muertos, en el viento caliente del valle grande, en las manos frías del olvido y la venganza que poco a poco me iban consumiendo.




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